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Muchos vivos merecerían la muerte y algunos que mueren merecen la vida. No seas ligero a la hora de adolcar muerte o juicio, ni los sabios pueden discernir eses extremos. 312

domingo, 4 de abril de 2010

No me importa recordar lo que hace daño, sigo esperando, no sé porque os parece tan extraño

La misma situación, la misma sensación. No sabía ni que hacer para pensar en otra cosa. Desesperación, inseguridad...Estaba realmente aterrorizado. Él estaba tumbado en su sofá dejando pasar las horas. Poco a poco se acercaba la misma hora que hace un par de meses se convirtió en el motor de su ya iniciado tormento. Más que remordimientos y palabras rescatadas de su subconsciente, lo que sentía en ese instante era miedo. Si, miedo, miedo a que se vuelva a repetir ese día. Quizás gracias a su ausencia esto no pueda pasar, pero esta vez no era ella la que podría dramatizar esa tarde, no, esta vez no. ¿Y si volviese a pasar? ¿Cómo se sentiría? ¿Podría aumentar la profundidad de el pozo donde él se esconde? Quizás ocasionaría extinción total de cordura, quizás moriría de dolor, o amor, quien sabe lo que ocurriría, quien sabe lo que él podría llegar a hacer ese joven lleno de ira y dolor, el mismo que esconde toda depresión para simular ser una persona normal, para crear una falsa estabilidad. Pensó y pensó, lo cual empeoró la situación. La tensión aumenta, la consciencia desaparece y es en ese instante cuando el dolor y la locura vence y ansían llegar a su fin, cuando desean desgarrar su piel, destrozar sus muñecas, castigar su cuerpo. Pero a medida que las horas pasaban, él se daba cuenta de que eso no iba a ocurrir, que no se iba a ir, que son ya muchas las palabras que guarda para que ella las sienta de la misma forma que él, que a ella sí que la volvería a ver. En un arrebato de optimismo, alcanzó un bolígrafo, un papel con algún que otro garabato y anotó en un espacio en blanco la fórmula que usaba para sentirse mejor, para dejar atrás toda carga, para seguir adelante. Pocos meses después, el joven apareció tumbado en la cama, con sangre que fluía a través de sus muñecas llegando hasta el suelo. Los primeros que hallaron el cuerpo fueron, como era de esperar, los que convivían con él. Lo peor, sin duda, eran los gritos. Esos forzados gritos de desesperación, gritos de dolor incontrolable, gritos de rabia, gritos que esperaban una improbable respuesta porque él ya no estaba, ahora es cuando más se parece a ella, a él ya no le preocupaba nada, no más risas, no más llantos, no más alegría, no más dolor, no más tormento, no más vida, solo queda su recuerdo, el cual atormenta a las personas que antes lo rodeaban, incluso a ella. Sobre su pecho, había un papel manchado de sangre, pero aún se podía ver en él restos de tinta, probablemente la misma tinta con la que él escribiera hace meses su motivo para conservar su vida. Lo más sorprendente es lo que el joven siente cuando abre los ojos y despierta de su pesadilla. ¿Remordimientos por seguir vivo? No, alivio, también sorpresa ante esta sensación pero sobre todo alivio, alivio por seguir vivo y saber que ella también lo está, alivio al saber que ella sí podrá estar entre sus brazos una vez más, si, alivio, porque sus labios volverán a estar junto a los suyos, porque ella sí que volverá a sonreir, si, ella si, y él también.

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